VILÁN, EL REY EGOCÉNTRICO
En un pueblo de esta hermosa isla, vivía una niña
llamada Liz, junto a sus padres, una
familia de clase media. Era de baja estatura,
12 años de edad, delgada, morena y de nariz respingada. Sus ojos ondulados color verde aceituna, su
cara redonda, cabello rizo color marrón. Hermosa sonrisa y belleza natural, simpática,
alegre y muy aplicada. Sus padres le
inculcaban los valores que toda persona debe tener para realizarse como un individuo,
preparado para aceptar los retos de la vida. La responsabilidad, bondad, confiabilidad,
justicia, respeto y civismo, eran la base de esta familia.
Su mamá Lizzy, ciudadana americana, de tez blanca,
ojos verdes, esbelta, cara alargada y nariz respingada, trabajaba de día en un
restaurante como Chef en la ciudad capital, San Juan. Su papá Juan, trabajaba de noche en la
Autoridad de Energía Eléctrica. Ambos se
turnaban en el cuido de la preadolescente. Luego de que ella llegara en autobús de la
escuela, su padre la esperaba listo para merendar en la casa, así podía darle
calidad de tiempo a su hija. A Liz, le
encantaba que sus padres estuvieran con ella en la mayoría de su tiempo
disponible y le daba gracias a Dios por tenerlos.
Sentían temor de Dios y eran muy responsables con la
sociedad. Tanto en la urbanización donde
residían, en la escuela y en la iglesia eran muy queridos en la comunidad y los
respetaban. Liz, como toda niña, tenía
muchas preguntas e inquietudes. Así que siempre
preguntaba a sus padres qué era lo correcto, en medio de cualquier situación
que tuviera por sus actos y sin maldad en su ser para discernir lo positivo de
lo negativo.
Los fines de semana viajaban por la isla y cada semana
visitaban un pueblo distinto. La mayoría
de las veces iban a la playa. Visitaban
unas cabañas donde pernoctaban. En la
noche podían recrearse al mirar el cielo lleno de estrellas, y por el día se escuchaba
el cantar de los pájaros, ver los pitirres, judíos, turpiales y hasta mariposas
de diversos colores y tamaños revoloteando por todo el lugar. Un remanso de paz. El escuchar del viento con un sonido suave y armonioso
que despertaba al humano que había en ti. ¡La naturaleza es hermosa! Así la familia compartía y lograba despejarse
de los problemas que aquejan a nuestra sociedad, algo que en la metrópolis no
se podía hacer por el alto ruido y la contaminación ambiental.
En Liz había algo especial y los demás podían observarlo.
Un día al regreso de la escuela, al
llegar a la casa encontró a su padre sentado en el sofá de la sala mirando la
televisión. Caminó hacia él, le pidió la
bendición, lo abrazó y saludó con un beso suave en la mejilla. Su padre Juan, era un hombre joven, moreno,
alto, con ojos saltones color ámbar. Su
nariz chata, y cabello ondulado color marrón con algunas canas, buen mozo. De voz única, pausada, humilde y sincera con
un sentido de la palabra y un lenguaje sutil que el que le escuchaba sabía que
la experiencia hablaba. Mirándolo con
cariño le preguntó a su padre, si podía escucharla brevemente, pues quería
decirle algo que la inquietaba, y sostuvieron una breve conversación:
– Papá, le tengo
aprecio a mis amigos. Me encanta jugar
con ellos, pero a pesar de llevarme bien con ellos me molesta compartir mis
juguetes y libros porque son míos. Me da
ira, pero luego de molestarme, gritarles y arrebatar de sus manos mis cosas, en
un momento dado cuando se despiden de mí siento remordimiento.
¿Papá este sentimiento es
normal?
– Bueno, hija, -le
contestó su padre- no debes confundirte al cuidar tus cosas y querer todo para ti.
Eso es ser egoísta. Esto no debe convertirse en obsesión.
– ¿Qué es eso papá? ¿Qué tratas de decirme?
– Querida hija, te voy
a narrar un cuento. Espero que esto te
ayude y conteste tu pregunta.
Hubo una vez, en un lugar remoto de nuestro mundo coexistían
dos ciudades hermosas gobernadas por dos reyes. Una estaba ubicada en el área norte y se
llamaba Parissa. Tenía los mejores
valles, ríos, montañas, y muchos recursos naturales. Un pueblo exquisito en cultura, de estructuras
de vivienda en ladrillos y personas encantadoras.
La otra ciudad ubicaba en el área sur se llamaba Tulume.
Estaba ubicada cerca del mar, con playas
hermosas de arena blanca y agua cristalina. Sus casas en su mayoría eran de madera. Estaban construidas con fachadas diferentes
muy bonitas, las cuales pintaban de colores llamativos. Sus habitantes se especializaban en la agricultura,
ganadería y la pesca.
Sus ciudadanos tenían leyes y mantenían una buena
comunicación. Su economía y ambiente era
lo mejor de ambas civilizaciones. Vivían
felices intercambiando toda fuente de alimento, transportación e ideas, y sus
relaciones laborales e interpersonales también eran favorables. Convivían en un entorno positivo lleno de
mucha satisfacción y así fue por décadas.
El rey del área sur, llamado
Velveto, era un hombre piadoso y bondadoso. Se caracterizaba por ser amable con todos por
igual. Sus súbditos eran para él una
joya preciosa que tenía que valorar. Era
espléndido a la hora de ayudar a los demás. El rey tenía tres hijos: su primogénito Vilán,
su segundo hijo Bonran y su hija menor Jules. Amaba a sus hijos con todo su corazón. Su reina había muerto hacía varios años. Velveto les daba todo lo que podía, pero
además de amor, le inculcó valores para cuando les faltara, siguieran sus
pasos. Pasaron los años y su hijo mayor,
Vilán se convirtió en un príncipe opulento. Éste había cambiado mucho su forma de ser, se
había convertido en una persona egoísta, ambiciosa, sin escrúpulos, sin modales
ni compasión. El poder lo hacía envidiar
a su padre, pues éste cada vez que podía lo reprendía para que cambiara su
actitud hacia los demás. Le había dado el
ejemplo siempre, pero Vilán albergaba en su corazón sentimientos ocultos en
contra de su progenitor.
Sus otros hijos eran lo opuesto, pues eran nobles y humildes. Estaba muy orgulloso de ellos. El Rey comenzó a enfermarse y dar muestras de que
ya no podía seguir en el trono. Pero
antes de que dijera su último deseo, y a su vez mencionar el heredero al trono,
murió de una extraña enfermedad. Todos
en el reino con mucho dolor lloraron su partida, pues lo apreciaban mucho.
El rey del área norte llamado Maurice y sus súbditos se
acongojaron por este amargo evento. Aunque
sabían que él ya estaba enfermo no esperaban que su partida fuera imprevista. Maurice no tuvo hijos propios pero adoptó
junto a su reina a un joven muy parecido y con buenos atributos, el cual
siempre estuvo a su lado.
Ya pasados los actos fúnebres, de inmediato y por la
fuerza, tomó el poder al trono el primogénito del fenecido Rey. No lo veían con buenos ojos, por no hacer las
cosas reglamentadas. Ambos reinos tenían
sus leyes, pero a Vilán no le importó nada de lo que dijeran. Además de ser arrogante y una persona
egocéntrica, gozaba de poca popularidad en ambos reinos.
El rey Vilán y heredero por decreto comenzó a cambiar
todo. Manipuló y cambió todas las leyes para
su propio beneficio. Hubo nuevas
condiciones de trabajo y modificaron los acuerdos que ya existían entre ambas
partes. A partir de su reinado el pueblo
debería pagar un tributo especial por pasar por una vereda que los conducía hasta
el mar, donde algunos marinos ya tenían permiso para pescar, vender, comprar
frutas, verduras y carnes. Este pacto
había existido por mucho tiempo, lo cual les permitía llevar comida a sus familias y hogares.
Prohibió hacer trueques entre ellos y ni siquiera
podían reunirse los amigos para dialogar. Todo cambió radicalmente y no hubo forma de
discutir acuerdos con el nuevo grupo de súbditos que mantenía bajo su poder,
los cuales tenían el poder de disuadir a los oponentes de su reinado. No estaba dispuesto a compartir sus recursos
con nadie y eso aplicaba a todos. Unidos,
los ciudadanos marcharon en su contra y aunque se observaba una disciplina en
sus peticiones, sus palabras fueron en vano. Por todos los medios trataron de evitar la
guerra entre ambas ciudades. Se
convirtió en un acto de manifestación de egoísmo y represión. El ocio en la ciudad del área sur era
evidente.
Su reinado era imposible. Sabía que su ciudad tenía todos los recursos
necesarios para subsistir, al menos en el palacio. Su pueblo tampoco le importaba y doblegaba a
la otra ciudad sabiendo que le faltaban víveres, los cuales no proporcionaba
para hacerles daño. El rey Maurice había
tomado provisiones y comenzó a hacer un racionamiento de agua, comida, frutas y
carnes. Todo lo que pudo obtener fue dejado
en reserva para tiempos difíciles. Todo
lo que había en el palacio lo compartía con todas las personas de su reino pero
aun así no era suficiente. No importaba
su jerarquía social todos pasaban por la misma situación. El Rey tenía dotes de un gran ser humano, con
su humildad y generosidad.
La sociedad del área norte estaba indignada, no podían
creer que esto sucediera después de
tanto luchar por lo que pensaban era justo para ellos como parte de un sistema
integral entre ambas ciudades. El
agravio que esta persona les había infringido era devastador para ellos. Debían buscar solución a este problema, pues
dependían de cruzar por su ciudad para poder alimentar a los suyos.
Algunas personas de la ciudad del área sur discutían
en privado lo que estaba ocurriendo en sus vidas, después de tantos largos años
siendo felices. Se pusieron de acuerdo y
redactaron una carta al rey del área norte Maurice. Enviaron un emisario a llevarle una carta que
decía:
“El
egoísmo de este Rey es piedra de tropiezo en nuestra sociedad. Debemos ponernos de acuerdo para ponerle fin a
este malentendido, ya que somos muchos los que no estamos de acuerdo con el rey
Vilán. No queremos restringir todo lo
que ya compartíamos. Agradeceremos tener
comunicación para detallar la estrategia a seguir”
El rey Maurice recibió el mensaje con beneplácito. Estaba confundido al principio, pero luego
comenzó a ver las cosas de forma distinta al saber que tenía personas a su
favor en la ciudad del área sur. Pensó, ¿qué
haría? para ayudar a todos sin tener pérdidas humanas en el proceso. Pensativo en su habitación, en la torre del
Palacio, observó desde su ventana a unos niños jugando. Mientras se sumió en su pensamiento, comenzó a
escuchar el cantar de los pájaros y el zumbido del viento. A lo lejos vio una señal que para él fue
definitiva; y una razón para que todo volviera a la normalidad.
Unos hermanos estaban jugando en la orilla del
río. De pronto uno de ellos tropezó con
una piedra que estaba justo en la orilla y cayó al agua. Los hermanos reían de lo que le había pasado
al niño. Éste gritaba con fuerza para
que lo auxiliaran porque estaba en peligro de hundirse y ahogarse. Uno de los hermanos, el más compasivo, al ver
que los demás no hacían nada para salvarlo, se agachó y estrechó su mano. Con mucha fuerza lo levantó, pero al fin pudo
sacarlo. Totalmente empapado y muy
asustado abrazó a su rescatista. Los
hermanos tienen sus diferencias pero se quieren y a pesar de todo se ayudan.
Al rey Maurice le surgió la idea de darle una lección
a una persona que no ve más allá de lo que quiere ver. Recordó a su amigo fenecido el rey Velveto. Lo quería como su hermano, sabía que no tenía
culpa alguna y decidió resolver esto de una forma u otra.
Al principio el rey Vilán lo tenía todo. Pensar en si mismo era su prioridad. El dominio del reino era rampante, todo lo
que había era de su propiedad y no lo compartía con nadie. Todos los ciudadanos fueron afectados. Apenas iniciaba su maldad hacia los más
vulnerables, provocaba que las personas murieran de hambre por la escasez de
alimentos. Los niños, mujeres y ancianos
eran los más sufridos en ese momento. Las
enfermedades afloraban. El reinado del
área norte no encontraba conformidad a los escrúpulos del rey Vilán, que sin
compasión los tenía marginados aunque había un puñado de personas que lo
seguían ya que la mayoría estaba en contra de su vil trato. En ese momento de desesperación el rey Maurice
tomó la iniciativa de enviar un mensajero al reino del sur y entregar una misiva
al rey Vilán pidiéndole benevolencia. Su
carta decía asi:
“Distinguido
Vilán, rey del sur. Nos place invitarle
a participar junto a nuestros ciudadanos de la fiesta de La Convivencia que
cada otoño se celebra en nuestra ciudad, como muestra de compañerismo hacia
usted, y sus súbditos. Esperamos su
confirmación. Será un placer tenerlo con
nosotros como muestra de su generosidad”
Vilán no hizo esperar su reacción. Al recibo de la invitación, mostró una mueca. Ciñendo su frente y con su mano izquierda tocó
su mentón, dio par de pasos y luego de un minuto de silencio comenzó a reír a
carcajadas. Dentro de sí decía: “esta
será la forma en que podré vengarme de estos plebeyos, pues siempre han gozado
de nuestra fortuna y más del aprecio de mi difunto padre”. Aceptó la invitación dejándole saber al
mensajero que asistiría a tal festín.
El día tan esperado llegó. Los preparativos de la fiesta ya estaban
terminados. Se había puesto una mesa,
exclusiva para el rey y sus acompañantes, junto a las gradas para que viera los
juegos de cerca. Todos estaban a la
expectativa, pues verían al individuo que los mantuvo marginados y maltratados.
En cuanto el rey Vilán llegó a la fiesta,
entró al lugar haciendo un ruido estrambótico para llamar la atención, lo cual
logró de forma unánime. No obstante el rey
Maurice lo acogió con buena actitud, lo saludó estrechando su mano en señal de
amistad, pero Vilán lo miró de frente e ignoró su saludo. Al hacerle el desaire al rey Maurice, las
personas que se encontraban allí se dieron cuenta y sintieron vergüenza ajena. Uno de los jueces que asistía a uno de los
juegos del agasajo se molestó e intentó increparlo. El rey Maurice lo detuvo a tiempo, ya que el rey
Vilán andaba con unos mercenarios que podían, ante sus órdenes, formar un motín
y eso no era lo que se pretendía. Ya habían logrado sacarlo de su hábitat y era
preciso terminar lo que ya había comenzado.
El rey Maurice solo quería demostrarle al rey Vilán que
el compartir lo poco que les quedaba por su causa, era además el antónimo de
ser egoísta. Él lamentablemente testarudo,
en su núcleo de soberano universal, buscando siempre su propio interés.
Mientras el rey del sur Vilán, se regodeaba en su mesa
asignada junto a algunos de sus más allegados, se acercó un bufón enmascarado llamado
Oreole. Éste hacía malabares; nadie
sabía de donde era oriundo y no le reconocían en el lugar. Mientras se acercaba lo suficiente al rey, sin
que nadie se diera cuenta, vertió un líquido que llevaba en un frasco pequeño, adentro
de su copa de vino y cuando terminó su acto salió del lugar muy aprisa.
Vilán se
levantó de su silla y alzó su copa para hacer un brindis por él. Tomó más de un sorbo de vino. De inmediato, comenzó a buscar respiración, tocaba
su garganta y su mirada anunciaba un profundo dolor, hasta caer al pavimento. Todos comenzaron a mirarse extrañados, no
sabían que pasaba. Algunos corrían y gritaban,
“han envenenado al rey Vilán, detengan al bufón, fue la persona que estuvo más
cerca del rey”. Después de una extensa
búsqueda ya había desaparecido del lugar sin dejar rastro alguno.
Esto era lo que esperaba el rey Maurice, pero
disimulaba ante todos. Le había dado la
oportunidad de enmendar sus acciones en contra de todos pero aún así le dio
lástima porque en medio de todo fue víctima de su propio destino. Lo que no sabían era que Vilán estaba vivo. El somnífero había surtido efecto. Éste había sido llevado a un calabozo cerca
del lugar donde se hizo el festín, sin dejar rastro alguno para que sus
mercenarios no tomaran la justicia en sus manos y hacer creer que estaba
muerto.
Al cabo del tiempo el hermano del rey Vilán, Bonran
que era un hombre honorable, se convirtió en el nuevo Rey del área sur. Éste fue escogido por sus méritos y porque todo
el pueblo le dio su confianza, pues tenía todos los atributos de su padre. Jules la hermana menor dio a conocer que se
casaría con Oreole un hombre digno de ella, quién resultó ser, el hijo adoptado
del rey Maurice. Así que las cosas
fueron tomando forma positiva en estas ciudades. Todo cambió para bien y volvieron a ser
felices como antes. La noticia se extendió hacia otros países y la sociedad
volvió a realizarse.
El rey Maurice mantuvo en el exilio a Vilán hasta que
ya más calmado pudo dialogar con él. No
merecía nada, aún así se encargó que no le faltara nada. Lo alimentó, lo mantuvo con vida, no lo
abandonó a su suerte y cada vez que podía lo visitaba. Lo mantenía al tanto de lo que le acontecía a
sus hermanos y a su reino. Sabía en su
interior que para sus hermanos no existía y al parecer a nadie en la ciudad le
hacía falta ni siquiera a los que le seguían.
Vilán al estar condenado en la soledad, pudo batallar con
sus sentimientos y su conciencia dio indicios de arrepentimiento, y entonces pudo
llegar al perdón oportuno. Tuvo tiempo de
reflexionar en el daño que le había causado a los demás y pidió que lo
liberaran para así tratar de arreglar lo que había hecho. Jamás volvieron a saber de él. Nunca se supo que pudo haberle sucedido.
Pasaron los años y el rey Maurice, ya en su vejez
recordó lo sucedido alguna vez. En su habitación,
en la torre del palacio, mirando desde su ventana a lo lejos, se dio cuenta que
en la vida a veces hay que tomar decisiones drásticas para un bien común.
— ¡Papá que gran
historia! Deja ver si entendí; lo que me
quieres decir es que la persona egoísta, que no tiene control, se puede
convertir en una persona soberbia sin piedad ni amor hacia sus semejantes,
causando males a su paso.
— Es correcto...Liz, vemos
como el rey Vilán pone en riesgo la vida de ambas ciudades por su egoísmo. Aunque el padre le enseñó lo correcto, éste albergó
maldad en su corazón. Tomó una decisión
y en cuanto tuvo el poder en sus manos no tuvo compasión, ni siquiera por los
suyos. Esto ocurre hoy día en nuestra
sociedad. Existen personas con poder que
penalizan a otros, porque buscan su propio beneficio sin importar que dejan a
su paso. Por eso, sin importar lo que
otros hagan a nuestro alrededor, debemos tener paz en nuestro interior. Tenemos que renacer con profundo interés en
nuestros valores morales. Por tanto, no
debes ignorar el aviso que te da tu corazón, el sentimiento de culpa por tus malos
actos significa que no te gusta tu comportamiento, así que aunque a veces es
normal cuidar tus cosas con recelo no debes extralimitarte para con los que
amas. Mejor comparte todo aquello que
tengas con los que están a tu lado. No
permitas que el egoísmo socave la amistad y piensa que el compartir es la clave
de la felicidad.
— Gracias papá por el
consejo ¡Te amo! Voy a mi habitación. Tengo tarea y debo estudiar para una
prueba, pero al terminar llamaré a mis amigas para que vengan a jugar y les
daré un abrazo por compartir conmigo.
Moraleja:
“No hagas a tus semejantes lo que no quieras que otros te hagan”. El egoísmo de un imperio puede provocar
heridas que dejan huellas en el alma de quien sufre la pena, pues es, quien no
tiene sentido de la humanidad de sus semejantes.
Seudónimo:
M@ro